jueves, 20 de septiembre de 2012

Desde una caja de cartón



Erase una vez una rosa que nació
con una espina para adentro.
Tenía los ojos color castaña pilonga.
Pelo de piel de olivo y clavícula de
piano de cola.
Había desgastado treinta y dos
zapatillas de satén de tanto andar
de puntas por la vida.
Deseaba ser enhebrada por las
mentes más oníricas, animales y
descabales.
Desaprender las fórmulas del
desengaño y el olor de aquella tarde,
en la que cambio tara por trapo,
y trapo por bota.
Amaba caminar con los ojos tapados
y responder a las hojas
que con el viento la saludaban.
Tenía algo que no se ve,
soñaba con un crucero por el Manzanares
y con un lugar llamado El día que volvió.
Agotada en su empeño de
contemplar la otra cara de la luna,
se sentó en los tejados a pescar
sillas de mimbre.
Tiempo tuvo que pasar, para que
otro ella llegará y se adobara
en sus notas desafinadas,
pero exquisitas a su oído
y a su lengua.
Y picó!
Vaya que si picó!
Enormes lechos y lechuzas.
Perros con coloretes y coletas.
Cálidos escalofríos.
Y hasta  una poción para ahuyentar
nubes negras.
Y ese fue el día en que la rosa
nació con una espina para adentro
que le caló los huesos
y le hizo cosquillas en el alma.